jueves, 12 de noviembre de 2009

CONSEJO DE ANABEL PARA EVITAR LOS MOMENTOS DE RABIETA


Fuente: http://elsonidodelahierbaelcrecer.blogspot.com/

Erik tuvo una temporada en la que las rabietas y las autolesiones se sucedían con mucha frecuencia (entre los 20 y los 30 meses). Gritos, pataletas, a veces se golpeaba la cabeza contra la pared, contra el suelo o contra mis piernas. Lo pasamos muy mal, pues no sabíamos qué hacer. En esa época Erik tampoco hablaba, y no había llegado el diagnóstico de autismo –aunque lo sospechábamos y ya nos íbamos informando.

Observando cuándo pasaban, anoté cinco situaciones:

1. Frustración. Por ejemplo, estaba construyendo una torre con los lego y una pieza caía. O no podía encajar una pieza de puzzle, etc. Eso era suficiente para que gritase y se golpeara. La solución era ayudarle a hacerlo cogiéndole la manita con nuestra mano. A la vez, le hablábamos de forma dulce y suavecita para explicarle que a era normal que pasase, que era pequeño, que tenía que ir aprendiendo. “Mira, papá –mamá-, te ayuda, ¿ves?”. “Hay que pedir ayuda”.

2. Hiperestimulación. Visitas en casa, espacios en la calle con ruido, el parque infantil con niños, un determinado ruido, música, un olor muy penetrante, una obra... Aquí la rabieta estaba acompañada de temblores. La solución fue sacarle inmediatamente de ese entorno. Si había visita en casa, pues llevarlo a otra habitación, quedarse uno de nosotros con él, abrazarlo, hablarle despacito al oído, contarle la situación, que lo fuera entendiendo. Luego, en la terapia que estamos haciendo, trabajamos mucho con sonidos y ruidos, para que los vaya aceptando. Evitamos siempre los bullicios y los ambientes con mucha gente. Vamos poco a poco, y lo va tolerando cada vez más sin que le asuste y se desoriente. En este sentido han ayudado mucho los ejercicios de estimulación sensorial.

3. Comunicación. Seguramente quería decirnos algo, pero la falta de lenguaje lo hacía imposible. Trabajar con fotos, intentar tener en casa un ambiente estructura y rutinario, contarle siempre qué vamos a hacer, qué va a pasar, quién va a venir... Que no haya sorpresas. Todo eso lo orientaba y le daba seguridad.

4. Emociones. Erik no podía ver a nadie triste, que llore, que grite... le afectaba mucho. También trabajamos mucho las emociones en la terapia. Se sigue alterando mucho cuando alguien llora o está triste (un niño que se ha caído, por ejemplo), para ya no hay rabietas.

5. Reacción a un período en el que ha evolucionado mucho. Parece que tiene que asentar y asimilar lo aprendido, y se vuelve muy inquieto.

Cuando se producían las rabietas o las autolesiones, lo cogíamos en brazos, lo sujetábamos con cariño pero con firmeza –mejor por detrás- y le hablábamos despacito al oído. También se calmaba si le cantaba despacito alguna de sus canciones o melodías. Después intentábamos ofrecerle una alternativa que lo tranquilizara.